El estrés se ha convertido en un factor más de nuestro día a día. Lo hemos asumido como un compañero inevitable, una consecuencia natural de nuestro estilo de vida o incluso una señal de éxito. Pero lo cierto es que el estrés crónico no es algo necesario ni recomendable. Tiene efectos desastrosos a corto y largo plazo, empeora el rendimiento y reduce la calidad de vida.

¿Qué es el estrés?

El estrés es un conjunto de respuestas físicas, emocionales y cognitivas que se producen ante una amenaza. En esas situaciones, se desencadena una serie muy compleja de reacciones que preparan tu cuerpo para responder al peligro. El objetivo es prepararte para huir o atacar: se suprimen procesos fisiológicos secundarios, se reconducen los recursos a sistemas más relevantes, se ignoran estímulos periféricos y la información se procesa más rápido.

Esta respuesta tan compleja es inespecífica, es decir, se presenta de la misma manera, sea cual sea el estímulo estresor. Tu cuerpo no sabe diferenciar si estás ante un león con intención de atacar, a punto de entrar a una reunión con tu jefe o pensando en tu próximo examen.

Para cualquier mamífero, una respuesta inespecífica es suficiente, porque el abanico de estresores de su entorno es limitado y la respuesta resulta útil para la mayoría de ellos. Pero los seres humanos hemos complicado nuestros entornos de manera que no solo debemos responder a estresores físicos, como un ataque o un escenario peligroso, también respondemos a estresores psicológicos y sociales.

Piensa en cuántos peligros físicos enfrentas en tu día a día y compáralos con la cantidad de estresores psicológicos y sociales con los que tienes que lidiar. Comprobarás que los desafíos más frecuentes no son físicos, son retos relacionados con tus vínculos sociales o con tus pensamientos y emociones.

¿Es bueno? ¿Es normal?

El estrés te ayuda a responder de manera más eficiente a un peligro inminente, reorganizando tus recursos físicos y cognitivos para centrarlos en ese único objetivo. Podemos decir que mejora la respuesta de cuerpo y mente ante los desafíos y, explicado así, parece que son todo ventajas. Pero esas mejoras en el rendimiento tienen un coste muy alto: consumes más energía, hay procesos internos, como la digestión, que se interrumpen y se produce un desequilibrio hormonal que afecta a muchas otras funciones. Además, algunas actividades no se ejecutan bien bajo condiciones de tensión física y procesamiento rápido de información, como las que necesitan más atención al detalle, más creatividad o tienen un tiempo de ejecución largo.

En resumen, el estrés no es bueno ni malo. Es una respuesta normal y adaptativa que te ayuda a enfrentar dificultades. Pero niveles demasiado elevados y sostenidos en el tiempo empeoran tu rendimiento y tienen graves consecuencias físicas a largo plazo.

Solo de pensarlo…

Cuando tienes que lidiar con un peligro inminente real (físico, psicológico o social), lo normal es que te estreses. Pero, además, cuando piensas o recuerdas ese peligro también puedes estresarte. Esta es otra característica que nos separa de otros mamíferos: cuando un animal no está siendo perseguido por el león, no recuerda la última vez que eso pasó o se preocupa por si vuelve a suceder.

Nuestra capacidad de recordar el pasado y proyectar el futuro es básica para el aprendizaje. Cuando piensas en un peligro futuro o recuerdas uno pasado, puedes prepararte mejor, buscar alternativas, evaluar posibilidades y aprender para futuras ocasiones.

El problema es cuando este pensamiento se convierte en un bucle infinito en el que puedes perderte días, semanas o incluso años. Está bien pensar en una situación estresante que debes enfrentar o revisar algo que sucedió para sacar conclusiones. Pero cuando vuelves una y otra vez al mismo tema, sin llegar a tomar ninguna decisión o sacar una conclusión definitiva, te mantienes en un estado de estrés crónico que te hace sufrir ahora y que tendrá secuelas importantes.

Yo funciono mejor bajo presión

Si alguna vez has dicho o pensado esto, conviene reflexionar un poco. El estrés sostenido supone un coste enorme, empeora el rendimiento en algunas tareas e implica problemas de salud graves a largo plazo. Por eso, aunque te hayas acostumbrado a trabajar bajo presión, con mucha exigencia, con exceso de tareas y poco descanso, deberías pensar en bajar el ritmo y mejorar tu calidad de vida.

Es posible que, por ahora, no sufras o incluso disfrutes de esta forma de trabajar. Cuando te estresas, se produce un aumento en la producción de adrenalina que ayuda a tu cuerpo a responder mejor, aumenta el umbral del dolor y genera una sensación de euforia. Pero recuerda que esta respuesta está pensada para momentos puntuales y, sostenida en el tiempo, tiene costes muy altos.

Aunque el estrés sea inevitable, no debería ser la norma, ni en tu trabajo ni en tu vida personal. Si quieres disfrutar la adrenalina, puedes ir a un parque de atracciones o hacer algún deporte de riesgo que te genere esa sensación de manera puntual.

Cómo te ayuda la productividad

La productividad personal no te hace trabajar más, te ayuda a trabajar mejor, por lo que es una gran aliada para reducir tu estrés. Los dos pilares de la productividad, que te ayudan a tener un día a día más fluido y tranquilo, son la planificación y el autocuidado:

  • La planificación mejora la toma de decisiones. Tener un plan te ayuda saber qué es lo siguiente que debes hacer y a no perderte en tareas menores. Cuando tienes claro el paso a paso, es más fácil ponerse manos a la obra, evitar la procrastinación y no dejar hueco para preocupaciones innecesarias.
  • El autocuidado es la base de tu eficacia. Cuando entiendes el autocuidado como una prioridad aprendes a reservar espacios para las actividades que favorecen la calma y contrarrestan los efectos del estrés. Para mejorar tu estado físico, mental y emocional necesitas: descanso, ocio, actividad física, buena alimentación, contacto con los tuyos y momentos de desconexión.

El primer paso

Aprender a gestionar el estrés es todo un reto, especialmente si llevas mucho tiempo instalada en el estrés crónico. El primer paso es reconocer que tus niveles de estrés son elevados y comprometerte a bajarlos. Se trata de poner tu bienestar personal por delante de cualquier otra cosa e invertir en ti para poder rendir mejor.

Después puedes empezar a replantear cómo gestionas las actividades que más te estresan y plantear correcciones: puede que estés planificando demasiadas actividades, que tu entorno de trabajo sea tóxico, que estés intentando llegar a todo o que no tengas un descanso suficiente.

Elige uno de estos factores y empieza a trabajarlo planteando acciones concretas. Así, poco a poco, irás aumentando tu calma y dejando el estrés para las situaciones puntuales que realmente lo requieran.

Estoy aquí para acompañarte

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Psicóloga

Lorena de Diego | Psicóloga

Especializada en problemas emocionales, estrés, ansiedad, falta de autoestima y depresión.

Terapia Online y Presencial (Ciempozuelos y Madrid).